Cada periodo electoral vuelve a surgir la misma pregunta disfrazada de necesidad: “¿Por quién voy a votar… por el que me dé algo ese día?” Y así, entre mil pesos, una funda de comida o un pica pollo repartido sin siquiera mirarte a la cara, se pretende comprar algo que no tiene precio: la voluntad de un ciudadano y el rumbo de una comunidad o de toda la nación.
Pero ya es hora de preguntarnos con seriedad: ¿De verdad nuestra democracia vale mil pesos? ¿Vale pagar un fiao o una noche de tragos? ¿O vale mucho más que eso: nuestro futuro, el de nuestras familias y el de un país entero?
La realidad es simple, pero dolorosa. Ese dinero que parece resolvernos y que apenas alcanza para cubrir un día de deudas y cuidado si menos de un día, se esfuma antes del amanecer. Y quien nos lo entregó también desaparece. No lo volvemos a ver en cuatro años, no conocemos su forma de trabajar, no escuchamos sus propuestas y no sabemos qué hará desde el Congreso o desde la alcaldía para enfrentar los problemas que de verdad nos afectan.
Es un negocio desigual: nos compran la conciencia por un día y nosotros les entregamos el poder por cuatro años.
Por eso urge un cambio de mentalidad. No podemos seguir votando por quien nos resuelve un instante y nos abandona el resto del tiempo. No podemos hipotecar nuestro futuro por un beneficio que dura menos que la tinta del dedo en el día de las elecciones.
La juventud, esa generación que heredará lo que hoy decidamos, tiene un papel decisivo. Debe aprender a mirar más allá del día electoral y exigir propuestas reales, planes concretos y un compromiso genuino. Porque la vida no es un día: es la suma de todos los días que esperamos vivir en un país mejor.
Votar con conciencia es un acto de amor propio. Es respetarnos a nosotros mismos y respetar a quienes vienen detrás. Es poder mirar a los ojos a nuestros hijos, padres, hermanos, vecinos y amigos, y saber juntos que hicimos lo correcto.
No vendamos nuestro voto. No vendamos nuestro futuro.
El precio de la democracia no son mil pesos ni un pica pollo. El verdadero precio de la democracia es la dignidad de un pueblo que decide pensar, exigir y elegir con inteligencia.
“El respeto nos guía, el trabajo en equipo nos impulsa, el liderazgo nos define.”
